Saliendo de prisión

Leía hoy que «comienzas a ser libre cuando te das cuenta que la cárcel estaba hecha de pensamientos«. Y no nos damos cuenta de cómo nos secuestra esta cárcel hasta que no nos damos cuenta de su naturaleza, pero incluso entonces esos pensamientos, convertidos en rígidos barrotes, nos siguen lastrando y limitando nuestra libertad. ¿qué hacer entonces? Si somos conscientes de que es la mente la que crea la barrera ¿cómo deshacernos de ella? ¿basta con darnos cuenta? Desde luego es el primer paso, pero no el único a tomar.

No vamos a engañarnos, no es tarea fácil y seguramente requerirá un trabajo de atención permanente por nuestra parte. Pero es el trabajo más importante que vamos a desempeñar en nuestro transitar por estas lindes y sin duda, un trabajo apasionante porque nos va a llevar a conocer los entresijos de nuestros comportamientos y los fundamentos de eso que llamamos nuestra personalidad

Lo primero es reconocer con qué nos identificamos. Esos pensamientos siempre surgen bajo el paraguas de la protección a un yo irreal. No es que ese yo sea irreal porque nosotros no existamos, por supuesto que existimos ¿acaso no sientes el frescor de la brisa en la mañana? ¿acaso no sientes la ternura al ver a un bebé sonreír? ¿o el dolor cuando desaparece un ser querido? Nuestra existencia es real, lo que no lo es, en cambio, es la idea que montamos en torno a nosotros mismos, el personaje que hemos construido para transitar por esos senderos que la vida pone ante nuestros pies.  Esos barrotes son los primeros que nos atrapan, los primeros que nos limitan a varios niveles. Por un lado porque la construcción del yo suele basarse en la comparación con otros «tues» que consideramos mejores, o incluso a veces peores. En la comparación con el otro sustentamos nuestra identidad. Y de ahí, en la necesidad de pertenencia a la tribu.

Pero además, hay otros barrotes que también crean una poderosa cárcel de la que no es fácil salir, y aunque muy relacionado con lo anterior, los pensamientos crean un decorado a la existencia que no es real, interpretando siempre aquello que aparece no solo en nuestro entorno físico sino también en la esfera de la relación con los demás. Y así, como Quijotes luchando contra molinos de viento, terminamos creyendo a pie juntillas ataques, riesgos y afrentas por doquier. 

¿Sientes que alguna vez te ha ocurrido?

La buena noticia es que se puede salir de ahí, no sin trabajo personal, pero se puede. Un primer paso siempre es darnos cuenta, de que esto es así. Te invito a hacer la siguiente prueba en ti mismo, en tu laboratorio interior. Presta atención y cada vez que notes una reacción en tus entrañas,  pregúntate ¿esto es real o lo ha creado mi mente? Y si la respuesta es que se trata de algo real, la pregunta a continuación es si tu respuesta emocional es proporcional.

Comienza a disfrutar indagando en lo que hay dentro de ti.

Dónde reposar: la conciencia testigo

Vamos a tratar hoy de dar alguna pincelada que nos haga encontrar las claves de lo que en esencia somos.

En una existencia donde absolutamente todo es impermanente e irreal, hay sin embargo un hogar inmutable, inamovible y eterno que es nuestra propia consciencia testigo.

Dicen los maestros que la realidad de cada uno es una creación de la mente, que el universo es mental,  y así debe ser porque nunca tu y yo interpretamos de igual forma la realidad que vivimos aunque la vivamos juntos y por tanto aunque vivamos lo mismo. Cada uno experimenta la realidad y la interpreta en base a una historia pasada escrita con sus miedos, expectativas no cumplidas y lecciones por aprender. En base a ello también es que va creando una narrativa que encaje en esa imagen de sí mismo que quiere mostrarse y mostrar al mundo para sentirse amado, aceptado, respetado.

 En ese sentido todo es irreal … y aunque lo sepamos siempre nos aferramos al personaje que hemos creado y lo defendemos creyendo que nos va en ello la vida… pero ese personaje carece de realidad, es tan solo la creación de una mente que sueña, de una mente que imagina. Y en medio de ese sueño sentimos cada envite de la vida como un embiste, como una amenaza a eso que creemos nuestra existencia, sentimos cada discrepancia del otro como un ataque a nuestra persona… y sufrimos, una y otra vez, en ocasiones porque la vida no trae lo que consideramos merecer, siempre porque la vida no se ajusta a aquello que habíamos imaginado.

Y sin embargo, formando parte de ti como la más pura verdad se encuentra la consciencia, ese espacio en donde todo surge, inamovible, inquebrantable, luminoso e infinito… donde surge aquello que tu mente imagina, sí, pero también donde surge  el color mágico del atardecer en las montañas y la fragancia de la flor y el sonido de esa sinfonía que te transporta… por supuesto  ahí reside también el amor como la más alta vibración que surge cada vez que atraviesas el portal de la belleza. Basta que tan solo en un instante hayas tenido el vislumbre de lo que es reposar ahí, para que sepas que el objetivo de tu vida será aprender a estabilizar ese estado reposando en él. Y es que esa consciencia sí abarca la esencia de lo que eres, porque lo que no eres bajo ningún concepto es el personaje que representas.

Y ahora, cuando esa experiencia esté fraguándose y grabándose en tu camino como un gps que te guía a tu destino, pregúntate ¿qué personaje quieres seguir representando?

El personaje y el yo

Hoy es un buen momento para observar lo que ocurre en el interior, sin rechazo ni aferramiento, sin ni siquiera explicación. Por supuesto ésa es buena, el análisis es bueno y necesario, pero déjalo para mas adelante, para otro momento. Hoy no, hoy solo observa qué está ocurriendo dentro, y como un niño descubre cada cosa que en tí acontece porque sí, porque es la primera vez que ocurre… y al tiempo, no volverá a ocurrir.

Importante práctica esa que con demasiada frecuencia relegamos, pese a que todos, de un modo u otro, intuimos su importancia. Y posiblemente deberíamos entregarnos a esa observación como una de las más importantes tareas de nuestro día, y en lugar de ello alejamos continuamente nuestra conciencia del presente.

Nuestra existencia está siempre en el presente, es ahí donde vivimos y es ahí donde la vida ocurre… en el presente, no podemos estar en otro sitio, en otro espacio, en otro tiempo. No existe. Pero nuestra conciencia raramente lo hace, nuestra conciencia por el contrario habita con demasiada frecuencia en el pensamiento, y ahí, en el pensamiento genera permanentemente una narrativa y una historia que tiene un yo, protagonista al que ha de mantener. Es el pensamiento y la narrativa que este crea el que nos hace sentir la separación entre lo que la vida es y lo que yo siento que soy. Porque ese yo siempre es construido en base a recuerdos, en base a experiencias pasadas (vividas o imaginadas, personales o colectivas) y expectativas creadas. Experiencias y expectativas que modelan los recuerdos y los construyen a la medida del personaje.

Y si esto es así, y si finalmente yo interiorizo que lo que creo ser no es mas que una construcción mental, como seguramente lo he interiorizado ¿por qué, acaso, no renunciar a esa construcción mental y fundirme con algo tan bello como lo es la propia existencia? Es cierto que posiblemente ese sería el objetivo lejano que, tal vez, un día alcancemos.  Sin embargo, la gran mayoría de nosotros no podemos renunciar a esa creación  de la mente, a esa narrativa con la que hemos dotado a una imagen del yo puesto que, de algún modo, es nuestra herramienta para transitar por este mundo y relacionarnos con él.

Cada vez estoy más convencida de que cualquier consejo que trate de hacerte renunciar a tu yo está seguramente abocado a generar en ti frustración, porque no lo conseguirás, y con la frustración, sufrimiento y desvalorización propia. Seguirás viviendo identificado con un yo creado, inmerso en esa narrativa que tú mismo montas, solo que ahora, además con una etiqueta más, la de incapaz de alcanzar un estado más elevado de autoconocimiento y autoperfeccionamiento.

¿Qué hacer entonces? ¿Estamos destinados a fracasar en nuestro intento de trascender el sufrimiento? No, en absoluto. Hay algo que sí podemos hacer.

Hay algo que podemos hacer, con esfuerzo es cierto porque requiere constancia y empeño… pero que resulta absolutamente transformador, a mi me está resultando absolutamente transformador. Y con esto volvemos al inicio de esta publicación… observa que ocurre en tu interior, sin rechazo ni aferramiento, sin buscar ninguna explicación que lo justifique… entregándote a la experiencia que en ese momento esté ocurriendo en tu momento. Y así poco a poco comenzarás a representar un personaje sin creerte que lo eres, sin identificarte con él porque empezarás a poner la conciencia en la experiencia, ajena a la narrativa de tu mente.

.… y entonces tu trabajo será sanar al personaje, conseguir que la narrativa que le crea se haya desecho de los nudos que lo amarran y que le empujan a relacionarse confusamente con la vida, tu trabajo será hacer de ese personaje, uno mejor cada día, más libre de miedos y expectativas, reconciliado con su pasado y en paz en su presente.

¿Se te ocurre, acaso, mejor manera de existir?

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El dolor y la impermanencia

Que nada permanece, lo sabemos. Lo sabemos porque hemos experimentado en nuestra propia carne la pérdida, el dolor que sentimos cuando alguien a quien queremos se va, cuando la felicidad parece diluirse, ayer todo parecía tan bello y hoy en cambio sentimos la vida como una pesada carga... sabemos que nada permanece, sí, pero nos negamos a incorporarlo a nuestra percepción de la realidad

Siempre nos han dicho que abrazar la impermanencia es la forma de aliviar el sufrimiento… pero cómo podemos hacerlo. Y es que no solo se trata de vivir sabiendo que nada va a permanecer, sino de observar también que aquello que antaño removía tus entrañas hoy activa emociones diferentes, mucho mas sutiles, mucho menos dolorosas…sí, porque también eso se diluye. Hoy lo ves como aparece y te observas, te observas esperando la punzada en el estómago que ayer te cortaba la respiración, o esa daga que te atravesaba el corazón… pero no ocurre, y lo único que surge es un leve dolor, un leve malestar en tu cuerpo… y entiendes que también eso se agota.

La pregunta entonces que nos podemos hacer es ¿por qué vivo como vivo? ¿por qué vivo etiquetando de permanente realidades que antes o después se van a transformar? ¿será tal vez porque siento que en ese cambio y transformación algo mio se transforma y desaparece? Todo aquello que surge solo existe mientras yo lo percibo y va a ser mi mente quien al etiquetarlo lo califica de bueno o malo en función de la carga emocional que tenga sobre mí y por tanto de la repercusión que tenga sobre mi ego, esa imagen que creo que para relacionarme en esta matrix.

Así, si lo que surge viene a reforzar la imagen que yo quiero construir de mi y con la que me identifico, entonces lo etiqueto como experiencia positiva, persona amada u objeto deseado y me aferro con fuerza a su presencia, existencia o posesión, asegurando el sufrimiento futuro. Si por el contrario lo que surge amenaza la imagen de lo que yo creo ser, o de lo que quiero alcanzar, entonces etiqueto la experiencia como negativa y la aborrezco haciendo de ella fuente directa de sufrimiento.

Ahora bien, si en verdad creemos que esto es lo que ocurre, y lo creemos porque lo hemos experimentado, podemos dar una vuelta de tuerca para afrontar esas emociones que aparecen y que nos perturban la paz presente. Cada vez que algo llegue y te traspase las entrañas, deberías tal vez analizar y dar una respuesta íntima y sincera a una serie de cuestiones:

La primera será siempre preguntarnos si eso que está en mi mente en estos momentos generando tanto dolor en mí es una realidad o  una suposición. La experiencia me ha enseñado lo diestra que es la mente imaginando y haciéndonos sentir como reales supuestos que jamás han ocurrido y que ni siquiera tienen una base sólida para hacerlo. Algún día hablaremos acerca del porqué de esta actitud.

Una vez que hemos respondido, una vez que sabemos que eso que nos está generando dolor es consecuencia de algo real, viene otra cuestión no menos importante. ¿qué parte de la imagen que has construido de ti sientes peligrar con eso que está sucediendo? Suele ocurrir que cuando algo nos duele es porque sentimos que amenaza una parte de ese «yo» que no queremos perder, una parte de ese yo construido en busca de la aceptación de nuestro entorno y que, por tanto, queremos perpetuar

Si con suerte, has logrado identificar esa parte de ti construida, ahora viene el siguiente paso…¿realmente eso que no quieres perder forma parte de ti, de lo que eres en verdad? Si fuera así debería haberte acompañado siempre, incluso desde que naciste o antes ¿no? Y no es así ¿verdad que no?, por tanto eso que no quieres perder es algo añadido a lo que eres, algo artificial que no forma parte de tu verdadera esencia

Por último, si has conseguido dar ese paso, ahora viene lo que en mi experiencia, en mi mapa, es verdaderamente transformador y liberador. Permite que  aquello que está ocurriendo y que te está traspasando de dolor siga ocurriendo, y simplemente observa cómo ese dolor recorre tu cuerpo pero no altera un ápice de ti y cómo ese dolor se transforma. Hay que ser valiente para permitirse sentir y no rebelarse, y darse cuenta que sigues siendo la misma persona bella y luminosa. Sigues siendo tú. Esto que está ocurriendo no es una amenaza para ti

Ahora, si eso que duele es por la pérdida de alguien, ama el recuerdo de esa persona que, tal vez,  ya no te va a acompañar. Agradecer lo recibido y el tiempo compartido es una bella forma de recuperar el rumbo sabiendo que todo volverá a estar bien aunque nunca volverá a ser como antes, porque recuerda que como decíamos en la primera frase, que nada permanece lo sabemos.

Cómplice con la vida

Tomar la decisión de vivir la vida con consciencia tiene consecuencias que no necesariamente van a hacer de tu camino un camino mas tranquilo pero sin duda, van a hacer de él un camino cargado de paz.

Cómo vivimos la vida con consciencia? El primer paso nace de la observación sin juicio que nos permite estar atentos a todo aquello que acontece en nuestro día. Y resulta curioso que al hacerlo, dejando a un lado el juicio, pero poniendo toda la atención poco a poco empezamos a ser menos marionetas de eso que algunos llaman destino y nos convierten en cómplices con la vida.

Y a mí me gusta sentirme cómplice de la vida porque es entonces cuando me doy cuenta de todo lo que  pasa y entiendo que no es a mi quien le pasa, sino que simplemente pasa y yo lo experimento y aprendo… sobretodo cuando no me identifico con el yo que experimenta.

Me gusta sentirme cómplice con la vida porque es entonces que respeto lo que ocurre y lo siento como sagrado…

Me gusta sentirme cómplice con la vida porque entonces valoro lo que siento, no como una emoción descontrolada que mi mente agranda y me transporta sino como la consecuencia de una experiencia anclada a la densidad de la materia.

¡Qué bonita que es la vida cómplice de mi existencia,  que me permite sentir tanto, y amar tanto y aprender tanto… !La vida siempre dispuesta a enseñarme, siempre dispuesta a entregarse, porque al cabo ¿cómo no va a ser la vida cómplice de mi existencia si yo soy una con la vida y con la existencia?

 Y cuando soy cómplice con la vida, que no es otra cosa que ser cómplice con mi esencia, tomo decisiones que tal vez no me reporten la satisfacción inmediata, sino al contrario,  pero que me hacen respetarme como lo que soy, lo más bello jamás creado y que me hacen sentirme digna y reconocida ante mi mirada. Esa mirada que  tan capaz es de llenarme de amor como lo es de convertir mi vida en una miseria.

Por eso es que hoy doy las gracias a la vida, las gracias a la existencia y las gracias a mi.

¿Y si yo te dijera?

Ojala!  Ojala pudiera decirte, ahora que estás empezando a recorrer lleno de ilusión tu camino interior, que va a llegar un momento en que nada de fuera logrará hacerte perder el centro. No es así como está ocurriendo conmigo y por tanto no es ese el mapa que puedo compartir contigo… porque sí, a  veces pierdo el centro, a veces las cosas de la vida me revuelven y me generan dolor y, a veces, siento tristeza.

Y es posible que cada una de esas cosas que la vida me trae y que me hacen perder mi centro, puede que me muestre el camino que aún me queda por recorrer, seguro, pero ante todo son en realidad un regalo maravilloso con el que el Universo me obsequia y que, recibido conscientemente, me permite precisamente conocer  todo aquello que aún está atascado dentro de mí. Sí, porque todo aquello que me duele no es sino la manifestación de todas esas heridas que dejaron en mi las lecciones no aprendidas.  

Pero algo muy importante cambia con el camino recorrido y la experiencia acumulada y eso, sí lo puedo compartir contigo, sólo por si te vale. Y es que cada vez que mi «mente de mono loco» me domina, cada vez que el monito loco de mi mente me juega las malas pasadas que me hacen salir del equilibrio, me paro y ya no me enfado conmigo, menos aún con el mundo, no me enfado si quiera con mi mente… porque ahora ya sé que la vida es perfecta como es, y que es simplemente mi mente la que me hace alejarme del cauce del río por el que todo transcurre fluyendo en equilibrio.  Incluso ahora ya ni siquiera me importa alejarme de ese cauce, porque sé que al hacerlo, al sentirlo, al prestar atención a aquello que me ha hecho salirme de la corriente es como voy a encontrar lo que tengo que pulir, limpiar, educar…

Hace tiempo me dí cuenta que es en el desequilibrio cuando entiendo el valor de estar en el centro y por eso, incluso cuando el dolor me invade, cuando la mente me arrastra sé que es un regalo, uno mas, que la vida pone ante mí y que tomarlo como lo que es, representa mi responsabilidad y también, por qué no, mi compromiso.

Esa vida que el universo me regala cada día me está enseñando que recorrer así el camino me hace experimentar la paz interior porque ahora ya no hay culpables y no los busco, ahora ya no hay «si yo hubiera…» ahora ya no hay un «si las cosas fueran de otra forma» ni un «si yo pudiera»… No ahora lo que hay es un regalo frente a mi… un regalo que no es otro que yo experimentando cómo la vida me muestra donde trabajar(me).

Por eso, a día de hoy, no puedo decirte que ya no pierdo el centro, pero sí puedo asegurarte que perdiendo el centro es cómo encuentro las claves para deshacer los nudos de mi alma.

Ingratas compañeras… ¿seguro?

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Ingratas compañeras que nunca desaparecen, siempre agazapadas, dispuestas a presentarse sin avisar no importa cuánto de camino recorrido y trabajo realizado, que ellas siguen ahí, alimentándose de nuestros nudos, de nuestras grandezas y debilidades, nutriéndose de esa mente ordinaria que imagina. Es el precio a pagar por vivir esta existencia tan rica, tan bella, tan llena de ti y de mi que no puedes sino aceptar.

Porque se presentan sin que nadie las invite. Ese comentario que hace un amigo, esa frase que un día lees en los anuncios de la estación del metro, la letra de esa canción, el gesto de tu pareja….da igual, ellas siempre dispuestas a aparecer, a hacer saltar todas las alarmas y formar esa bola en la tripa que te obliga a doblarte… ¿o es tal vez ese nudo en la garganta que te impide articular palabra? ¿o es el corazón, que ha sido literalmente atravesado?

 

Ingratas compañeras las emociones… y sin embargo, tanto es lo que nos cuentan y tanto lo que podemos aprender a través de ellas y con ellas, aprender de nosotros, de la vida, de lo que significa ser… y todo ello, simplemente manteniendo una actitud de atención.  Nunca un trabajo tan fácil resultó tan complicado, lo sé…pero nunca un trabajo tan facil y complicado dio a su vez tanto y tanto de sí. Esto es lo que hay y puestos a ello, lo mejor que podemos hacer es ponernos el mono de trabajo -sí, sí, ése que los guerreros nunca nos quitamos- y comenzar la tarea.

 

¿Qué es lo que en realidad ocurre cuando adoptamos esa actitud de atención? ¿Qué milagrosa receta es la atención que sirve para hacernos recobrar el centro? Tienen lugar un cúmulo de cosas que contribuyen, y bien que lo hacen, a que esa emoción deje paso a la calma que le precedía…. Pero además, con una lección aprendida.

 

Y así, sin que tú siquiera te des cuenta, al estar atento, al observar tu emoción, te estás separando de ella… y al hacerlo tu mente comienza a entender que no eres la emoción que experimentas puesto que estás tomando distancia para observarla. La consciencia que observa no es la emoción. Y es que precisamente, la emoción genera sufrimiento porque sentimos que es lo que somos… y obviamente no es así. Y aunque eso lo sabes racionalmente, no lo sabes experiencialmente hasta que no lo vives. Es necesario que experimentes que no eres la emoción y lo haces al separarte de ella y poder observarla.  

Pero ocurren mas cosas al observar la emoción. El problema de la emoción que surge no es la emoción en sí, sino lo que nuestra mente hace con ella. La mente la toma de donde se origina (una sensación corporal), la envía al cerebro y ahí, comienza a magnificarla al pasarla por los filtros de las experiencias previas, de los miedos, las expectativas, etc… para luego devolverla de nuevo al cuerpo desproporcionadamente acrecentada y dando inicio a una espiral de retroalimentación que nos llena de un sufrimiento impensable, a veces tan inaguantable que nos lleva a enfermar. 

Sin embargo, nuestra mente, esa maravillosa herramienta a nuestro servicio cuando está bien entrenada tiene una pequeña limitación que podemos usar a nuestro favor… y es que no es capaz de estar simultaneamente observando y haciendo funcionar la maquinaria que acabo de describir. De modo que si nos entrenamos para permanecer en la observación de la emoción, cortaremos la espiral y poco a poco al hacerlo, la emoción comenzará a desvanecerse…. enseñándonos también otra lección importante, la mas importante si cabe, que es la impermanencia de todo.

 

Al observar la emoción, además, sin juicio, sin tratar de modificar nada… solo estando ahí presente en ella, las alarmas que la hicieron saltar, esos pequeños nudos de tu personalidad comienzan a aflojarse y a dejar de oprimir. Comienzas la maravillosa aventura de aceptarte por lo que eres y no por lo que representas. Y en medio de esto, al comenzar a descubrir el atisbo de lo que realmente somos  y no lo que creemos ser, comenzar a encontrar ese centro que siempre nos acompaña y que basta con permanecer atentos para que se abra inmenso frente a ti.

Y así, de este modo soy feliz en la medida en que por más que las emociones aparezcan, por más que duelan, elijo seguir vistiendo el mono de trabajo para seguir aprendiendo acerca de mí, de la vida y de lo que ésta me muestra. 

Una pequeña brizna

 

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Entro en ese pequeño espacio, ése que a nadie pertenece, ni tan siquiera a mi aunque es mío, aunque soy yo. A nadie pertenece porque pertenecer es algo de la materia y ese espacio no es de la materia. Es solo espacio, un espacio inmenso e inconmensurable, lleno de vacío y vacío de todo. Ese espacio en donde permanecer se convierte en ser y ser se convierte en paz.

Y aunque nada se detiene y el flujo es permanente, es estando ahí que todo está parado. Tal vez porque la consciencia que lo abarca, lo abraza transformándolo en si misma, tal vez porque la consciencia que lo abarca no es otra  que el vacío que todo llena. Y es esa consciencia que le da validez a todo impregnando de paz, plenitud y belleza cada átomo que ahí existe. 

Y si no hay movimiento aunque nada está parado, tampoco hay tiempo aunque el instante es infinito, y no importa si en el tiempo de aquí ha sido un segundo porque en el de allí lo mismo son horas que  instantes, porque la eternidad existe en ese preciso instante. Y cada instante  preñado de todo lo que puede ser, conviviendo ayer hoy y mañana.

Y ahí, nada está bien ni mal, porque lo que está bien lo está porque algo que está mal le concede la existencia, de la misma manera que lo que está mal existe porque hay algo diferente que está bien. No, en ese pequeño espacio nada es bueno, nada en malo, simplemente es y como ese pequeño espacio soy yo, nada hay bueno o malo en mí, solamente soy, completa, perfecta.

No podría decir que en esa plenitud encuentro mi refugio, pues sería proclamar que tengo que ir ahí para encontrarme … y es justo al revés porque ahora sé que lo que soy es la plenitud y que al contrario, pues vengo aquí para fragmentarme y  experimentar la densidad de una vida que  aunque también perfecta pues contiene los fragmentos de la totalidad, me hace a veces sentir incompleta. Ahora ya se lo que soy como sé también el juego que represento, aunque a veces se me olvida.

Gracias.

Compañeras de viaje

emociones

Bastaría con que dejase de creerme ser lo que siento, que dejase de creerme ser lo que pienso, lo que imagino, lo que deseo para que pudiera sentir, pensar, imaginar y anhelar y mi paz interior permanecería intacta.

Y es que lo que nos hace sufrir no es sentir, pensar, imaginar, ni tan siquiera anhelar… lo que nos hace sufrir es la identificación con.  Hubo un tiempo en que luché por no manifestar la emoción que repentinamente aparecía en mi presente,  gastando una enorme cantidad de energía en mantener en calma el océano de las emociones, y así ocurría que cuando llegaba una tormenta mayor que mi capacidad de pacificar, me sumía en un inmenso dolor. Y así, incluso cuando lo conseguía  el poso que quedaba en mí era el poso de la culpa, ésa que me decía que si la emoción seguía apareciendo era porque algo no estaba haciendo bien, esa culpa que me decía que no era lo suficientemente buena, que no estaba lo suficientemente limpia, que no brillaba lo suficiente. La culpa, siempre la culpa. Y de este modo el juicio feroz hacia mi misma me encerraba en una cárcel, espiritual, sí, pero una cárcel al fin que no era diferente de la cárcel de las emociones en la que más antaño aún había estado apresada.

La carcel que me esclavizaba por la identificación.

Las emociones, esas inevitables compañeras de viaje que aparecen mostrándonos una valiosa información acerca de los condicionamientos sobre los que hemos ido construyendo la personadlidad con la que experimentamos la vida, la personalidad que nos permite jugar en este divino juego  que comienza cada amanecer. Y la naturaleza de esos condicionamientos, las sandalias que calzo, no difieren de la naturaleza de los condicionamientos del que se sienta frente a mí en la cafetería cada mañana o de aquel con el que me cruzo a la vuelta de cada esquina. Y entender que nuestra mente nos condiciona supone entender que todos somos iguales, que la luz que portamos es la misma aunque difiera el polvo que cubre el cristal del faro en el que somos. Nuestro trabajo como guerreros de luz, no es impedir que las emociones afloren, no. Cuando las emociones se reprimen, el polvo se incrusta y opaca la luz que proyectamos. Cuando las emociones se reprimen cuesta más limpiar la mugre. Nuestro trabajo como guerreros de luz no es tampoco permitir que las emociones, descontroladas, afloren por doquier invadiendo nuestro espacio y el de los otros. No, nuestro trabajo como guerreros de luz es al observar la emoción en el momento en el que surge, recibir la información acerca de las sandalias con las que camino e integrarla, aceptándola como lo que es, sin rechazo ni identificación.  Sabiendo que no reflejan lo que somos, sino como me decía un buen amigo, reflejan lo que portamos.

Reposando en el silencio interior

 

mindfulness

 

Empezar algo nuevo sabiendo que se pone frente a mí el gran reto de encontrarme y sentirme también en medio de esa novedad que me inunda, refresencante es posible pero incierta, agotadora y lejos, muy lejos de la esa zona de confort en la que me fui redescubriendo. A merced otra vez, de pronto, de todo aquello que agita mi sentir.  Sencillo si ya sabes que no estás en lo que ocurra fuera, sino que eres lo que habita dentro. Pero no resulta fácil.

No lo es porque lo nuevo sacude los cimientos poniendo a prueba la solidez de lo construido. No lo es porque lo nuevo absorbe la energía y me deja vulnerable y a la deriva. No lo es porque lo nuevo llega para recordarme que el cántaro ha de estar siempre lleno, sí pero también la copa vacía a cada instante. Y vaciar la copa requiere mi atención constante, mi calma mental, mi presencia  y  mi pericia.

           ….pero ¿y si fuera como pasa siempre, todo mucho más sencillo? ¿y si bastara con decidir simplemente vivir y estar? ¿y si al hacerlo comprobara que basta con observar y permitir  y que es  entonces que la copa se vacía? ¿y si comprobara que puedo reposar en el silencio esperando el surgir del ruido y que es justamente en ese reposar en donde puedo  Ser? Porque el ruido, impermanente termina desapareciendo, no he de derrotarlo, sólo dejarlo estar, permitirlo y observarlo mientras que Soy  en el silencio que todo lo abarca.

Y es que la elección sigue siendo la misma, solo cambia el paisaje. Y ahora sé que se abre ante mí un nuevo espacio para llenar de lo único que tengo a raudales y puedo ofrecer,  llenarlo de mí.