Ingratas compañeras que nunca desaparecen, siempre agazapadas, dispuestas a presentarse sin avisar no importa cuánto de camino recorrido y trabajo realizado, que ellas siguen ahí, alimentándose de nuestros nudos, de nuestras grandezas y debilidades, nutriéndose de esa mente ordinaria que imagina. Es el precio a pagar por vivir esta existencia tan rica, tan bella, tan llena de ti y de mi que no puedes sino aceptar.
Porque se presentan sin que nadie las invite. Ese comentario que hace un amigo, esa frase que un día lees en los anuncios de la estación del metro, la letra de esa canción, el gesto de tu pareja….da igual, ellas siempre dispuestas a aparecer, a hacer saltar todas las alarmas y formar esa bola en la tripa que te obliga a doblarte… ¿o es tal vez ese nudo en la garganta que te impide articular palabra? ¿o es el corazón, que ha sido literalmente atravesado?
Ingratas compañeras las emociones… y sin embargo, tanto es lo que nos cuentan y tanto lo que podemos aprender a través de ellas y con ellas, aprender de nosotros, de la vida, de lo que significa ser… y todo ello, simplemente manteniendo una actitud de atención. Nunca un trabajo tan fácil resultó tan complicado, lo sé…pero nunca un trabajo tan facil y complicado dio a su vez tanto y tanto de sí. Esto es lo que hay y puestos a ello, lo mejor que podemos hacer es ponernos el mono de trabajo -sí, sí, ése que los guerreros nunca nos quitamos- y comenzar la tarea.
¿Qué es lo que en realidad ocurre cuando adoptamos esa actitud de atención? ¿Qué milagrosa receta es la atención que sirve para hacernos recobrar el centro? Tienen lugar un cúmulo de cosas que contribuyen, y bien que lo hacen, a que esa emoción deje paso a la calma que le precedía…. Pero además, con una lección aprendida.
Y así, sin que tú siquiera te des cuenta, al estar atento, al observar tu emoción, te estás separando de ella… y al hacerlo tu mente comienza a entender que no eres la emoción que experimentas puesto que estás tomando distancia para observarla. La consciencia que observa no es la emoción. Y es que precisamente, la emoción genera sufrimiento porque sentimos que es lo que somos… y obviamente no es así. Y aunque eso lo sabes racionalmente, no lo sabes experiencialmente hasta que no lo vives. Es necesario que experimentes que no eres la emoción y lo haces al separarte de ella y poder observarla.
Pero ocurren mas cosas al observar la emoción. El problema de la emoción que surge no es la emoción en sí, sino lo que nuestra mente hace con ella. La mente la toma de donde se origina (una sensación corporal), la envía al cerebro y ahí, comienza a magnificarla al pasarla por los filtros de las experiencias previas, de los miedos, las expectativas, etc… para luego devolverla de nuevo al cuerpo desproporcionadamente acrecentada y dando inicio a una espiral de retroalimentación que nos llena de un sufrimiento impensable, a veces tan inaguantable que nos lleva a enfermar.
Sin embargo, nuestra mente, esa maravillosa herramienta a nuestro servicio cuando está bien entrenada tiene una pequeña limitación que podemos usar a nuestro favor… y es que no es capaz de estar simultaneamente observando y haciendo funcionar la maquinaria que acabo de describir. De modo que si nos entrenamos para permanecer en la observación de la emoción, cortaremos la espiral y poco a poco al hacerlo, la emoción comenzará a desvanecerse…. enseñándonos también otra lección importante, la mas importante si cabe, que es la impermanencia de todo.
Al observar la emoción, además, sin juicio, sin tratar de modificar nada… solo estando ahí presente en ella, las alarmas que la hicieron saltar, esos pequeños nudos de tu personalidad comienzan a aflojarse y a dejar de oprimir. Comienzas la maravillosa aventura de aceptarte por lo que eres y no por lo que representas. Y en medio de esto, al comenzar a descubrir el atisbo de lo que realmente somos y no lo que creemos ser, comenzar a encontrar ese centro que siempre nos acompaña y que basta con permanecer atentos para que se abra inmenso frente a ti.
Y así, de este modo soy feliz en la medida en que por más que las emociones aparezcan, por más que duelan, elijo seguir vistiendo el mono de trabajo para seguir aprendiendo acerca de mí, de la vida y de lo que ésta me muestra.