Y sientes el horizonte entero en tu corazón, sin saber cuál es su origen pero con la certeza interior que sea lo que sea es real, que está ahí y no importa lo que genere ni qué lo genere porque te vale lo que está en ti, creciendo, expandiéndose, brotando de tus ojos, de tus manos, de tu voz. Entregando al mundo aquello que no te pertenece porque es de la Madre de quién lo tomaste prestado..
En esos momentos ya no eres siquiera un corcho flotando en el mar, eres el agua en esencia, brava y serena a la vez, que perméa todo, que ocupa todo, que llena el espacio…
Y si puedes sentir así puedes vivir así. No busques qué lo ha ocasionado, ayer fue una mirada, hoy una sonrisa, ayer tal vez una experiencia, hoy un silencio. No busques porque no está fuera sino que mora dentro en lo más íntimo. Es tu corazón que henchido, expandido, conecta la vida de fuera con la de dentro y convierte a cada ser en su proyección más hermosa.
En cada latir, una vida entera; en cada latir un soplo de esperanza. La humanidad entera en tu corazón, la vida entera que fluye en tu interior… y en cada latido, al expandirse, miles de rayos que iluminan y al contraerse recogiendo con fuerza cualquier pequeño desorden que con amor requiera ser sanado.
No busques el origen, está en tu corazón. Simplemente reconoce la inocencia, reconoce el palpitar, deleita tu vida con esas caricias y engancha tu mente a ellas para que desde ahí, la mente se rinda a la magia del amor. Del amor a ti, del amor a la vida, del amor que transforma y que transforma una existencia en la razón para nacer.
Y a poco ya es suficiente el aleteo de la mariposa para despertar al corazón dormido y comenzar el juego de la inocencia que a través del amor transforma en paz todo el dolor que entra y en felicidad plena el juego de existir.