Continuamente proyectamos con nuestra mente universos permanentes, universos que presuntamente nos hagan sentir a salvo, universos en los que refugiarnos, protegernos. Pero la realidad no es así. La realidad es que todo en el universo está en continuo cambio y evolución. Y la consecuencia de esa disonancia es demoledora, porque de este modo, creamos un desequilibrio entre lo que realmente es, lo que nuestra mente cree que es y lo que nuestra esencia sabe que es. Y sobre todo, crea un desequilibrio tremendo al bloquear, al paralizar lo que hemos venido a hacer. ¿qué quiero decir con esto?
Nacemos a la vida para experimentar, a eso es a lo que hemos venido. Y por definición no se puede experimentar cuando inmovilizamos un sistema y no permitimos que las partes que lo componen varíen Experimentar es cambiar algo, ver las consecuencias que produce el cambio y al observarlas, extraer el conocimiento acerca de cómo funciona. Eso es lo que tenemos que hacer con nuestra vida. Movernos, cambiar cosas, experimentar las consecuencias y aprender las lecciones. Así conseguiremos conocernos y saber que actos nos acercan hacia un lado del péndulo y cuáles hacia el otro, y a pocos, encontrar el equilibrio.
Porque lejos de lo que se cree, el equilibrio no es la ausencia de movimiento. Cuando un sistema está en equilibrio en absoluto está estático, si no todo lo contrario, hay un movimiento permanente en donde el resultado neto es que todas las fuerzas se equilibran en el punto medio.
Nuestra mente, en cambio, tiende a proyectar un universo inmóvil, una foto fija que limita nuestra existencia, que corta nuestras alas y que bloquea nuestra capacidad para experimentar y en definitiva para aprender. Cuando el universo que sentimos nos gusta, nuestra mente trata de perpetuarlo intentando evitar cualquier cambio, aferrándose a ello y axfisiándolo. Cuando el universo que sentimos nos desagrada, lo catalogamos como malo, lo rechazamos, sufrimos e intentamos hacerlo desaparecer.
Agrado y desagrado son dos sentimientos humanos que mal gestionados pueden terminar convirtiendo nuestra vida en un infierno. Y es que ambas, agradables y desagradables no son mas que experiencias, experiencias que nos enseñan a conocernos, a saber qué hay en nuestro interior.
Cuando algo nos agrada, hay que disfrutarlo, claro que sí. Pero se convertirá en enseñanza, en algo que realmente nos ayude a crecer, en la medida en que estemos atentos y observemos qué es lo que se activa en nosotros para que éso nos resulte agradable. De la misma manera, cuando algo nos resulte desagradable, no podemos pretender que nos guste, por supuesto que no. Nos desagrada y así es cómo sentimos. Pero cuál sea nuestra actitud interior ante aquello que sentimos volverá a determinar otra vez que nos sirva para crecer o no. ¿Qué es lo que nos desagrada? ¿Qué se activa en nosotros para que sintamos repulsa hacia eso? Ahí radica nuestra capacidad de conocernos. Y al ir encontrando las claves de lo que nos hace reaccionar, para bien o para mal, iremos desenmascarando toda la capa de cemento que nos cubre y enmascara.
Y así, poco a poco vamos experimentando este camino que se llama vida. Permitiendo que los cambios ocurran, observando qué generan en nosotros, y aprendiendo a conocernos.
Todo cambia y del cambio obtendremos el combustible que bien empleado nos conducirá a nosotros y mal empleado nos consumirá y quemará en el proceso. En eso consiste vivir.