Resignarse no es aceptar. Ayer me decía un amigo, cuando aceptas te resignas. Pero hay otra certeza en mi corazón.
Resignarse es darse por vencido, resignarse es adoptar el rol pasivo de esperar sentado lo que la vida quiera traer, muriendo de a poco en cada esquina e hilando en cada una las mil capas de un disfraz que asfixia y entierra lo que soy, marchitando la sonrisa y enfriando el corazón.
Aceptar es otra cosa. Aceptar es colocar al Universo como guía aliándome con él para experimentar lo que sea que me ponga por delante, sumergiéndome hasta dentro en cada ola, adaptando mis ojos al fondo aunque sea fango lo que haya, observando lo que hay, amando lo que hay, porque incluso en el fango habitan los peces mas hermosos, viviendo sin rechazar, sintiendo lo que muevo, y aprendiendo cómo el devenir por la vida va modelando el disfraz que me cubre para así, de poco en poco (o a veces de mucho en mucho, quien sabe, pero entonces mueves mas), conseguir unificar en una sola equipación el ropaje que viste al Ser que ya soy.
Y entonces la sonrisa dibujada en el corazón preña de flores el horizonte, porque las equivocaciones dejan de ser errores por los que castigarse, para ser acciones de las que aprender. Y lo aprendido siempre te colma porque nada es como ayer, nada es como mañana. Y cada instante está lleno de mil millones de motivos únicos para agradecer.
Por eso hoy doy las gracias. Doy las gracias porque he vivido, me he equivocado, he aprendido, he sonreído, he llorado.. y sobre todo, doy las gracias porque hoy he amado y me he amado.