Tienes que abrir la puerta. Abrir la puerta, desnudarte y encontrar lo que al otro lado se esconde. Una vez atravesado el umbral, desnuda, frágil y aparentemente vulnerable de nada sirven ya tus creencias. Ésas que en tu fuero interno sientes como sólidas porque te han enseñado que así es como es la vida, que la sangre es sangre y siempre te protege. Pero esas creencias a veces se tambalean.
Y te das cuenta que has de dejarlas aparcadas. Que has de abrir la puerta y atravesar la linde para saber que todo lo que hasta ese momento habías creído eran simplemente construcciones edificadas sobre arena…
Deja que se vayan, y cuando empiecen a desmoronarse no lo hagas tú con ellas. Ése es tu reto. Todos creemos que hay cosas sagradas que son inamovibles, pero una vez más… son cosas que pertenecen al reino de los hombres y los hombres están en la dualidad de esta materia que nos atrapa, que nos aprisiona pero que al mismo tiempo elegimos como maestra.
Deja que se vayan, y encuéntrate en el vacío que queda.
Las cosas sagradas no pertenecen al reino de los hombres. Y tú puedes sacralizar lo que eres porque puedes conectarte con aquello que reside en tu interior, eso que no es de este mundo pero que te acompaña siempre, que te identifica como individualidad, que hace sagrado tu existir aqui. Y entonces, cuando atravieses la puerta, entenderás que todo está en orden, y que el dolor por encontrar lo que allí reside sólo refleja la miseria pensada, hablada y creada por hombres atrapados y que no tiene nada que ver con la majestuosidad del cielo azul.
El cielo siempre es azul.