Cada mañana, al salir de casa te abro la puerta.
La abro cuando salgo y escucho el despertar de las aves que, en pleno canto estacional, llenan mis oídos y mi alma de una paz que me traslada a otros parajes que mi mente no recuerda pero que sé que existen y que en mi esencia me acercan a mi casa.
Y es entonces que siento cómo los árboles, supervivientes en medio del asfalto me cuentan bajito sus secretos, y yo, convidada especial me siento dichosa de escucharlos y les siento, y siento cómo vibran y, por la puerta abierta, se cuela la emoción que acompaña al agradecimiento por estar aquí un día más, por poder un día más sentir la vida que me envuelve.
Y veo como, a lo lejos, empiezas a bañarte con los primeros albores de un día que amanece trayendo a mi horizonte toda la pureza que encierran los inicios. Y por esa puerta abierta sigues alimentando a este viejo corazón, tanto, que ha de devolver el amor que recibe a parajes y personas que se cruzan en el trayecto. En esos momentos ocurre la magia y la conexión es tan grande que siento como soy con todo, sin ellos y yo, sino que UNO con todo. Y a veces, la carretera construida deja de ser un camino para convertirse en una herida en la piel.
Y es entonces que me doy cuenta que si hay un día en que lo mío duele no es porque el principio sea diferente, sino porque la puerta estaba cerrada, porque olvidé abrirla al despertar. Porque cuando la puerta está abierta todo ocurre igual pero las emociones fluyen de modo natural, enriqueciendo y llenando la mochila sin dejar peso; pero cuando cierro la puerta, cada emoción se convierte en cuchillo que horada y en un lastre que frena.
Por eso cada mañana, al salir de casa te abro la puerta, corazón, para que alimentado con aquello que recibes de la Madre guíes este ilusionado caminar.
Me dejas con la boca abierta y el corazón alado.
Me gustas mucho maestra.
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Me alegra mucho que te guste!!. Un abrazo gigante
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