En cada uno de nosotros está la libertad y la posibilidad de elegir cómo queremos que sea nuestro paso por esta experiencia que llamamos vida.
Muchos han elegido viajar portando un pañuelo que les cubre y les aísla, que contribuye a perpetuar y a afianzar la sensación de separación que en algún momento a todos nos ha embargado. Esa elección, pasiva la mayoría de las veces, es la que hace sentir la vida marcada por el azar, la que hace interpretar que todo “nos ocurre”, que no tenemos responsabilidad en el tránsito y que nos hace ir esquivando o acercándonos a aquello que vemos en la lejanía en base simplemente a su apariencia, a nuestros deseos y apetencias.
Y así, sin darnos cuenta es que nos convertimos en víctimas de nuestra propia existencia.
Pero hay otra opción, ésa que nos lleva a aprender a cabalgar y a dirigir desde ese preciso instante los pasos que damos sin importar el destino final, porque el destino es, precisamente, montar empapándote de aquello que recorres. El destino es experimentar. Y empiezas a darte cuenta que espontáneamente, lo que te perméa sale irradiado a los demás, transmitiendo lo que está acumulándose en tu interior y manifestando AMOR, porque poco a poco te vas convirtiendo en una fábrica donde la alquimia es posible. Es por eso que en ese preciso instante en que se produce tu despertar, adquieres el compromiso de hacerte permeable a todo lo bello. Y así entiendes el enorme potencial que guardas en tu interior y que solo tienes que caminar para agrandar las reservas y lo que irradias. Y adquieres la responsabilidad. Porque nada es tuyo y nada has de retener.
Y en algún momento, te verás también preparado para, en tu interior, transmutar en paz todo el dolor y sufrimiento que sientes experimentar a muchos de los seres que te rodean. Y entiendes así que si se han acercado a ti, que si han aparecido en tu vida, no ha sido por azar, sino porque hay una vibración que compartís, una vibración que te permite dar y recibir.
Y a medida que caminas, la responsabilidad va creciendo y con ella, el amor que puedes irradiar. Y así, poco a poco, empiezas a entender las señales del camino y a comprobar que para vivir necesitas caminar, seguir adelante y amar.